martes, 6 de abril de 2010

En busca del Santo Grial

El poeta Chretién de Troyes escribió Perceval o Le Conte du Graal allá por el siglo XII. Nunca hubiera podido imaginar que su obra se convertiría en el comienzo de la leyenda del Santo Grial. Mientras, España estaba sumida en la Reconquista y recuperaba tierras a los musulmanes...

Siglo XXI, casi 4 millones de descendientes de aquellos españoles van en busca del Santo Grial. Ya no importa que Catalunya, País Vasco, Galicia o Ponferrada luchen por la independencia; ni que concejales, alcaldes y presidentes de comunidades (tampoco se descartan los presidentes de las fincas -préguntale al tuyo-) se hayan llenado los bolsillos...; lo importante, lo verdaderamente importante, es cómo esos millones de personas salen a la calle para reconquistar su cuenta corriente.

En la antigüedad se buscaba una copa, tal vez de madera, tal vez de cobre... Hoy, en el año 2010 se busca trabajo. Como caballeros del Rey Arturo, nos ponemos la armadura y continuamos la búsqueda. Hay que armarse de paciencia porque ésta es laboriosa (¿quién dice qué encontrar empleo no es un empleo en sí mismo?). Miles de caballeros luchan por conseguir un solo puesto sobrevalorado y mal pagado. Y eso, que como las cosas han cambiado mucho y estamos sumergidos en una sociedad tecnológica y 4.0, todo parece más fácil. Pero sólo lo parece, antes se concertaban entrevistas y se daba la oportunidad de ampliar información curricular, ahora, se descartan candidatos como se deshojan margaritas.

Las guerras se ganan por la victoria de una sucesión de batallas... ¡Cielos! ¿Alguién sabe cuál es el número aproximado de las batallas que hay que ganar?

Yo continúo con mis batallas... me debe quedar mucho para ganar la guerra porque llevo 7 meses sin ganar una batalla (bueeeeeno, vale, una de dos días y otra de uno solo) y como los compañeros más débiles del Rey Arturo, de vez en cuando sucumbo a la deseperación. Pero no dura, porque no puede durar, ya se sabe que la deseperación no alimenta, y hay que armarse de nuevo y volver a empezar.

Hoy, sigo en busca de mi Santo Grial, más Santo y más Grial que ayer, pero menos que mañana.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Y por fin, agua!

Desde que los volcanes erupcionan en el interior de las montañas nevadas, los andaluces son casi engullidos por el Guadalquivir y los madrileños han cambiado las cañitas en las terrazas por las chimeneas de los bares... ¡Esto no hay quién lo resista!

Después de la tormenta viene la calma, pero lo que encontraremos será una primavera no apta para alérgicos. Las calles, antes llenas de paragüas, bufandas y gorros, darán paso a un paisaje de pañuelos de papel e inhaldores de plástico.

La primavera ya está aquí... pero no se lo crean del todo. Dos días sin chubascos y, de repente... ¡chaparrón! Sí, ha vuelto a llover.

Y no significa que no me guste la lluvia. La lluvia es necesaria para llenar los pantanos (y poder hacer un consumo irresponsable de ella, piensan algunos), para que los árboles florezcan (y se llenen de abejas) o para que crezcan los sembrados de los campos (volvemos a la felicidad de los andaluces por el destrozo de sus cosechas)Pero, la lluvia... la lluvia significa ropa mojada, ir a la peluquería para nada, barro en los zapatos, pisadas de perro que gotean lodo... y significa, tener que limpiar los cristales de casa cuando estaban más limpios que los chorros del oro.

Y es que, con la lluvia, la limpieza no luce. Sacudes el felpudo de la entrada pensando que, total, parece que esta semana ya no hay previsión de lluvias, aspiras concienzudamente el suelo, lo friegas con ese nuevo abrillantador que si andas descuidado te asustas al ver tu reflejo en las baldosas, pasas la mopa (a ver si no va a ser verdad que el abrillantador mágico no lo va a ser tanto) y esperar a ver el resultado cuando está bien seco... Y claro, en lo que estás esperando es el momento de que alguien, sólo esperas que no vengan a venderte ningún abrillantador estupendo, llama al timbre y tienes que salir corriendo pisoteando lo que iba a ser el suelo del Palacio Real, abres la puerta y... ¡sorpresa! Sólo es el fango, quiero decir, el perro, que viene feliz después de haberse estado rebozando en el barro y su amo, que adivinas que debajo de la capa marrón que tiene de rodilla para abajo deberían estar sus zapatos... ¿O, no? Tal vez salió de casa descalzo para no dejar el suelo lleno de huellas, y se vio atrapado por una nube negra que descargó en él todo el agua del mundo...

Lo dicho, hoy ha vuelto a llover y yo me he dedicado un día más a limpiar la calma de después de la tormenta.