miércoles, 24 de marzo de 2010

Y por fin, agua!

Desde que los volcanes erupcionan en el interior de las montañas nevadas, los andaluces son casi engullidos por el Guadalquivir y los madrileños han cambiado las cañitas en las terrazas por las chimeneas de los bares... ¡Esto no hay quién lo resista!

Después de la tormenta viene la calma, pero lo que encontraremos será una primavera no apta para alérgicos. Las calles, antes llenas de paragüas, bufandas y gorros, darán paso a un paisaje de pañuelos de papel e inhaldores de plástico.

La primavera ya está aquí... pero no se lo crean del todo. Dos días sin chubascos y, de repente... ¡chaparrón! Sí, ha vuelto a llover.

Y no significa que no me guste la lluvia. La lluvia es necesaria para llenar los pantanos (y poder hacer un consumo irresponsable de ella, piensan algunos), para que los árboles florezcan (y se llenen de abejas) o para que crezcan los sembrados de los campos (volvemos a la felicidad de los andaluces por el destrozo de sus cosechas)Pero, la lluvia... la lluvia significa ropa mojada, ir a la peluquería para nada, barro en los zapatos, pisadas de perro que gotean lodo... y significa, tener que limpiar los cristales de casa cuando estaban más limpios que los chorros del oro.

Y es que, con la lluvia, la limpieza no luce. Sacudes el felpudo de la entrada pensando que, total, parece que esta semana ya no hay previsión de lluvias, aspiras concienzudamente el suelo, lo friegas con ese nuevo abrillantador que si andas descuidado te asustas al ver tu reflejo en las baldosas, pasas la mopa (a ver si no va a ser verdad que el abrillantador mágico no lo va a ser tanto) y esperar a ver el resultado cuando está bien seco... Y claro, en lo que estás esperando es el momento de que alguien, sólo esperas que no vengan a venderte ningún abrillantador estupendo, llama al timbre y tienes que salir corriendo pisoteando lo que iba a ser el suelo del Palacio Real, abres la puerta y... ¡sorpresa! Sólo es el fango, quiero decir, el perro, que viene feliz después de haberse estado rebozando en el barro y su amo, que adivinas que debajo de la capa marrón que tiene de rodilla para abajo deberían estar sus zapatos... ¿O, no? Tal vez salió de casa descalzo para no dejar el suelo lleno de huellas, y se vio atrapado por una nube negra que descargó en él todo el agua del mundo...

Lo dicho, hoy ha vuelto a llover y yo me he dedicado un día más a limpiar la calma de después de la tormenta.

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